Es curioso como hoy en día no nos queda más remedio que vivir constantemente a la espera de algo. En numerosas ocasiones, por más que queramos no podemos relajarnos simplemente y "parar el tiempo". Y es que cuando no es una cosa es otra. Siempre hay algo que tenemos que hacer, o algo que tiene que ocurrir.
Cuando aún estaba en Almería esperaba con ansia que saliera la nota del examen y así terminar la carrera. Cuando tuve la nota pensé: ya está, solo me queda solicitar el título. Pero, cuando fui a hacerlo resulta que tardaban una semana en prepararme el expediente académico por lo que esperaba los dichosos papelitos. Entre tanto tuve que venirme a Cáceres porque empezaba el curso académico y no era plan de que mi chico tuviera que perderse los primeros días de clase por mi papelito. Total, que una vez aquí esperaba el envío de mi expediente y mi resguardo del título. Una vez los tuve, hice la preinscripción para el máster. Pero... Faltaba que me admitieran. Más días de espera porque nunca se sabe qué puede pasar. Y ya por fin, con mi matrícula hecha y todo "en regla" espero a que me digan cuándo empieza a impartirse el puñetero máster. Y es que resulta que no se sabe nada, ni los profesores que lo impartirán, ni los horarios, ni la fecha en que empezarán las clases. Total, que solo puedo estar tranquila a medias porque he de estar pendiente de la página web por si se les ocurre colgar alguna novedad.
Y yo me digo, ¿en qué momento se consigue estar felizmente relajado? ¿En vacaciones? ¿O tampoco porque siempre hay un viaje que preparar, alguna cosa que comprar o un lugar al que ir?
¡Qué estrés de vida!