La Primavera ha irrumpido con toda su fuerza en los últimos días. Disfrutamos de un sol radiante y aunque hace algo de viento (como es habitual en estas tierras) se puede llegar a disfrutar la calidez de sus rayos que se vislumbran todos los días. Después de tantos meses sin sol y sin calor, disfruto muchísimo más de su presencia.
Al abrir la ventana puedo oler a mar, a césped recién cortado, a diversión, a meriendas en la playa, a botellones adolescentes, a ruidos de motor de coche que me lleva a calitas perdidas de Cabo de Gata, a viajes sin rumbo, a la felicidad de estar viva, al placer que provoca el sol cuando acaricia mi piel, a manzanos en flor, a cerezos mostrando todo su esplendor en el Jerte, a camisetas de manga corta, a sandalias veraniegas, a rebecas blancas impolutas, a niños jugando en el parque, a la plenitud de espíritu que siento en estos momentos.
El sol ha cobrado hoy un nuevo significado, el de la vida. Mientras haya sol, habrá vida. Mientras haya luz, habrá esperanza. Mientras pueda disfrutar de todo ello, seré feliz.
Y es que la felicidad está en las pequeñas cosas por mucho que lo olvidemos sin darnos cuenta.
Para mí la felicidad es poder sonreír cada mañana al abrir la ventana y contemplar los primeros rayos de sol, salir a la calle y sentirme libre, oír cantar a los pájaros y a los niños en el parque.
Hoy me encuentro tan radiante como el sol, con una dosis de energía increíble, con hambre de comerme el mundo, con sed de vida, con deseo de sucumbir a todos los placeres de mi existencia.
Primavera, te necesitaba, ¡gracias por haberte mostrado!