Gritas y no sabes si es que nadie te quiere escuchar o que la voz no te sale de la garganta. Y te afanas en desgañitarte porque estás convencida de que al otro lado ha de haber alguien que te oiga. Pero por más que alzas la voz no obtienes respuesta. Quizás no haya nadie, quizás a nadie le importen tus alaridos. Y pese a ello, sigues haciéndolo, sigues haciendo rugir tus entrañas mientras desgastas tus cuerdas vocales. Y pasan los minutos, y ves cómo te vas debilitando pero no pierdes la esperanza. Alguien ha de haber ahí que reaccione, que se preste a ayudarte... Pero no. Simplemente te han olvidado. Ahora yaces al fondo del pozo. Está oscuro y tienes miedo. Y sobre todo, nadie te oye. Porque estás demasiado abajo, demasiado enterrado tu cuerpo para que tu mente pueda salir de ahí.
Sigues gritando hasta perder la voz y ahí decides trepar porque quizás escalando esos muros mohosos logres llegar a la superficie. Pero una vez más, te engañas, cuanto más deseas subir más se resbalan tus dedos entre los ladrillos y menos logras encajar tus pies en las ranuras. Date ya por vencida. Olvida que vas a morir y déjate llevar. Disfruta tus últimas horas recordando aquellos momentos en que fuiste feliz. No malgastes tu tiempo buscando quimeras y trepando por pozos resbaladizos para acabar agonizando retorcida de dolor.
Grita una última vez, con todas tus fuerzas, y descansa. ¡Descansa de una vez!